The Tales

(From Space and Two-Times)

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Éfeso

Jimena estaba recogiendo la colada cuando notó el suelo vibrar. La caja de las pinzas tembló y se volcó. Todas las pinzas quedaron esparcidas por el suelo. ¡Cómo le fastidiaba agacharse!. Con 79 años y artritis crónica no podía estar para esos trotes. Cogió la escoba y el recogedor para barrerlas y así no tener que flexionarse. Antes cerró la ventana para evitar que entrara el denso humo negro que se estaba formado fuera.

Desde su porche no se veía mucho de lo que podía haber pasado. La densa yedra que colgaba de la valla del jardín le impedía ver cuál era el origen del humo, en la orilla del río.

Metió la colada dentro de casa para que no se ahumara. Se puso su chaqueta de punto, que en las mañanas de primavera hacía aún fresco, y cogió el bolso con las llaves. Le dio dos vueltas a la cerradura de la puerta delantera, porque recordó que la semana pasada en la casa de Joaquina, que se dejó la puerta sin cerrar, se habían llevado un billete que había en la mesilla de la entrada mientras estaba regando las macetas de jardín de atrás. En estos días no se sabe, hay delincuentes en cada esquina.

Pasó por delante de la casa de Gonzalo, que llevaba unos meses malos, y decidió llamar para animarle a andar un poco hasta el río para ver qué había pasado. Jimena sabía que Gonzalo, al que se le murió la mujer hacía dos meses, no levantaba cabeza y solo salía para comprar el pan y para ir a la taberna donde Manuel, el dueño, no le ponía más quintos porque ya no estaba en edad de embriagarse.

Gonzalo tardó en salir. Estaba en pijama y con una chamarra que bien podía haber heredado de su padre, que era cabrero, hacía 40 años. Jimena le dijo que se pusiera algo rápido y bajara con ella a ver qué había pasado en el río.

- ¡Venga!, Gonzalo…

- ¡Qué no me pillas ahora bien te digo!

- ¿Cómo que no te pillo bien?, si ya es hora casi de almorzar. ¡Venga, déjate de excusas!. Yo voy bajando. Y cierra bien la puerta con llave que ya sabes lo que le pasó a la Joaquina

- ¿Pero qué…?

Venga, voy tirando. Tú date prisa a ver si tenemos que apagar un fuego…


Gonzalo entró a cambiarse. Las cosas posiblemente se hubieran desarrollado de otra forma si hubieran ido los dos juntos.

Jimena fue bajando el camino del río. Dejó atrás el cartel que marcaba el inicio del pueblo. En él rezaba Éfeso. El nombre del pueblo aludía a sus primeros pobladores, dos familias de griegos que cruzaron el Mediterráneo y, buscando fortuna, entraron a la península Ibérica por Tarragona, para finalmente establecerse en un solitario recodo del valle del Ebro.

A Jimena le ardía la espalda, como todas las mañanas, pero las piernas, gracias a Dios, las conservaba lozanas como una jovencita. Tenía el pelo blanco y la cara redonda. Últimamente iba siempre con un pantalón de chándal rosa y unas playeras. Conjunto que le había regalado su hija Lucila en navidades, la última vez que fue al pueblo, al que siempre promete volver más a menudo, porque dice estar cansada de la gran ciudad. La chaqueta de punto era negra y perteneció a su difunto marido. Se la puso hace 20 años y le acompaña hasta que entra el verano.

Al comienzo de la vereda que bajaba al río los acicates que la flanqueaban perfumaban el ambiente y disimulaban un poco el olor del humo que invadía el camino. Mientras se sumergía en el humo, Jimena se puso una mascarilla, que desde la pandemia de 2020 dejaba siempre en el bolsillo interior de la chaqueta por si bajaba al hipermercado de la capital del valle a hacer la compra y volvía a ser obligatoria.

La visibilidad en la orilla era casi nula. Cerca del chiringuito de verano que se montaba en el río había un ligero fulgor verde fosforito que resaltaba entre el humo, y Jimena se acercó a investigar.

El humo se disipaba en las cercanías de un cubo de cristal que emitía el fulgor.

Una de las sillas del chiringuito estaba desempaquetada, y un ser verde, antropomorfo, ataviado con lo que a Jimena le pareció una pecera en la cabeza y un traje de torero, la ocupaba.

Al ver a Jimena, el sujeto se levantó, y con movimientos que podrían ser considerados elegantes se acercó a ella. Ella permaneció quieta, no daba crédito a sus ojos. Por alguna razón que desconocía no se sentía asustada en absoluto, sino todo lo contrario, estaba completamente a gusto, como aquella vez en la que Ramiro llegó al pueblo de su viaje a Holanda. Ramiro siempre había sido el más viajero del pueblo, y trajo unas 'setas' para preparar las patatas de las fiestas del ‘77. Las fiestas de ese año fueron bien recordadas.

El extraño ser emitía sonidos, a veces desagradables, guturales, otras suaves y armónicos, pero en todo caso, incomprensible, mientras giraba una pequeña ruleta que estaba pegada a la pecera de su cabeza.

- Γειά σου!

- ¿Cómo dice?

- Salve

-

- ¿Hola? ¿”Hola” está bien entonces?

- Sí, “Hola” está bien. Bueno supongo - respondió Jimena

- Encantado entonces. - Dijo el ser verde - permítame que me presente. Me llamo Eruba y pertenezco al rango superior de reclutadores de inspectores espaciales para la seguridad de la Vía Láctea. - Y mientras cuadró los pies irguió el pecho y entonó: - “La paz de la Vía es la paz del Universo”

- Yo, Jimena Gutierrez Pérez, para servirle.

- ¿Para servirme?

- Eso se dice por aquí

- ¿Por aquí se refiere a Éfeso?

- Así es.

- Vaya, no esperaba acabar mi búsqueda tan pronto, ¡qué suerte la mía!.

- ¿Y qué andaba usted buscando? si es menester

- Es. Es menester. Por supuesto que es menester. Soy el encargado de asignar al próximo guardián interplanetario de la sección 36 de la Vía Láctea.

- Vaya, parece una labor importante ¿Cómo lo lleva?

- Pues en este caso parece que muy bien. Si me permite un momento…


El ser verde sacó un pequeño cilindro de cristal de una de las aberturas de su traje y miró a Jimena a través de él. A los pocos segundos el objeto comenzó a brillar.

- Bueno por mi parte parece que está hecho. - dijo el ser

- ¡Mira qué bien!. ¿Y qué es lo que tenía que hacer? - Preguntó Jimena

- Pues asignarle los poderes de guardiana cósmica si fuera posible

- Jajajaja. ¿Yo? ¿Y eso es posible?

- Sí, ha sido posible.

- Pero, ¿cómo que ha sido posible?. ¿Cuándo?

- ¿Cómo que cuándo? Ahora mismo, ya está hecho

- Pero, ¿cómo que…? si yo no he hecho nada

- Sí lo ha hecho. Es un espécimen válido y me dio su permiso

- ¿Yo, hijo? ¿Cuándo le he dado yo permiso?

- Lo dijo al principio. Que estaba aquí para servirme.

- La madre que le echó… deshaga ahora mismo lo que haya hecho, que yo ya no estoy para trotes

- Lo siento, el proceso no es reversible. Los poderes volverán a ser asignables de nuevo solamente con su muerte.

- Pero, por favor, que tengo 79 años y una hernia

- ¿Años terrestres?

- Vamos, digo yo

- No pasa nada, el anterior guardián tenía noventa y dos y era un poco cojo. Preferimos a gente con experiencia.

¿Y estuvo mucho en el cargo?

- No mucho, porque hay una guerra que parar en Próxima Centauri y es un cargo con riesgos. Pero lo hizo muy bien.

- Yo no puedo salir mucho rato de Éfeso, tengo dos vacas que atender

- Eso podría ser un inconveniente. Podría conseguirle un sistema de teletransporte si dos unidades biológicas dependen de sus cuidados para subsistir.

- No le entiendo a usted muy bien.

- No se preocupe, buscaremos una solución a sus problemas.

- ¿Entonces no puedo rechazar esto de ser guardiana?

- Será muy beneficioso para usted. Es un gran honor

- La señora que llama para me cambie de compañía telefónica me dice lo mismo.

- Ahora soy yo el que no la entiendo.

- ¿No tiene un panfleto o algo que explique un poco más esto?


El ser sacó un pequeño dispositivo, con firma de anilla y se lo entregó a Jimena.

- Es un asistente holográfico. Podrá consultar lo que quiera con él luego en casa.

- ¿Es de los del Robotito o de los de la Manzanita? En casa solo tengo cosas de la Manzanita.

- ….

- Da igual ya me apañaré - Jimena susurró “otro cacharro” lo cogía y le echaba un vistazo por encima. Era - totalmente liso, no tenía agujeros ni botones.

- Nos pondremos en contacto muy pronto con usted. La paz de la Vía es la paz del Universo.

- Pero…


Antes de que Jimena pudiera acabar la frase, las moléculas del ser se disiparon en el aire y el espeso humo que la rodeaba se disolvió rápidamente. Jimena se sentó un momento a descansar en la mesa del chiringuito.

~ · ~

El río estaba precioso en primavera, el chiringuito habría en unas horas y por la tarde vendría la gente de Éfeso y de Torrelasviejas. Era un sitio estupendo. Este año las aguas bajaban claras y frescas, había llovido mucho. Dentro de un par de semanas, el Ayuntamiento montaría también un escenario allí y habría representaciones de obras y karaoke para los jóvenes. En verano el pueblo parecía otro.

Un par de minutos después la voz de Gonzalo se escuchaba relativamente cercana:

- ¡Jimena!

- ¡Aquí, Gonzalo, en el chiringuito!

- ¿Pero qué haces ahí sentada? ¿Y el fuego que decías?

- No hay fuego.

- Eso ya lo veo, venga, tira para casa que está tu hija como loca buscándote.

- ¿Mi hija? Pero si no la veo desde navidades.

- Tu hija lleva viviendo contigo desde… bueno… siempre igual, vamos a tener que ponerte un busca.

- Una alarma necesitas tú para que te avise cuando lleves demasiado tiempo en la cantina.

- Jimena, sabes que hace años que no voy y que no bebo, desde lo de Mari.

- A mi no me engañas.

- ¡Ay Jimena!, no podemos estar otra vez así. Lo voy a hablar con tu Lucila.

- ¿Qué vas tú a hablar…?

- Y ¿qué es eso que tienes entre las manos?

- Un asistente

- Anda, deja eso ahí, que será de Paco para enganchar las lonas de la carpa del chiringuito. - Gonzalo lo dejó encima del mostrador. - Vamos para casa.


Gonzalo y Jimena subieron por la vereda del río hacia el pueblo, despacio, charlando, recordando las fiestas del ‘77, comentando lo verde que estaba todo ese año y también quejándose de lo vacía que se estaba quedando la comarca. Subieron despacio, regocijándose en la conversación. De camino pasaron por la casa de Joaquina, una casa de piedra, arcilla y vigas de madera, con grandes grietas en la fachada y vacía desde hace 10 años, cuando esta se fue del pueblo. Luego Gonzalo la dejó en casa y le contó lo sucedido a Lucila.

~ · ~

A los tres días, Lucila llevó a su madre a la residencia para personas con Alzheimer de Torrelasviejas, se sentía con pocas fuerzas para poder cuidar de ella y de una niña de 4 años a la vez. Así, después de pasar tres años en el pueblo, se trasladó con su hija a Tarragona. Gonzalo volvió a ir por la taberna; no bebe, solo toma descafeinado, así puede charlar con la poca gente que queda en el pueblo.

~ · ~

Dos semanas después, durante el karaoke nocturno, una de las anillas del chiringuito de Paco empezó a brillar intensamente, se calentó como si estuviera en un horno, se puso incandescente y finalmente se partió a la mitad: saltaron chispas y se fue la luz en el chiringuito. Suerte que Paco tenía un generador de gasolina.

Hay días que Jimena no recuerda muy bien a su hija, la cara de Gonzalo o el olor de la vereda del río, pero suele ser bastante buena profesional y pese a que algunas veces no entiende la totalidad de las misiones, las resuelve rápido y es aún una guardiana muy competente.

La paz de la Vía es la paz del Universo.