The Tales

(From Space and Two-Times)

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Bethadh

El sol se ocultará sobre las dos colinas que dominan el paisaje de la vasta llanura que conforma la planicie de Bethadh. Una suave brisa arrastrará desde el mar una ligera humedad que se empezará a filtrar por los ropajes de la extensa compañía en las primeras horas. Desde lejos la visión será distinta, la procesión cortará con una línea blanca la tierra yerma del páramo, frenando las olas que el viento dibujará sobre la arena como si fuera la línea del horizonte.

En las caras de dolor apenas se podrán percibir los ojos envueltos en dos palpitantes mantos rojos. Tardarán horas en recorrer el sendero hacia el cementerio. Muchos de los que cargarán el complejo fúnebre saben que no podrán aguantar ni la mitad del trayecto que tienen asignado. La carga es muy pesada para sus frágiles cuerpos y nadie en años se había preparado para esto. Las rotaciones serán continuas y eso no ayudaría precisamente a aligerar el ritmo.

La oscuridad no será enemigo de la comitiva a diferencia del frío y la humedad, que aparecerán cuando cae el sol. En el ocaso solo los más fuertes serán capaces de cargar el féretro durante el último tramo que llega al cementerio. Entrada la noche, el resplandor de las estrellas y las auroras bañará de luz la llanura, vistiéndola con rubíes y zafiros.

Con la luna en su zenit comenzarán los ritos de enterramiento, ritos ya olvidados: las oraciones que hacía siglos que no se cantaban, buscadas en libros que no esperaban volverse a abrir. Las plegarias escondidas en páginas acompañarán al muerto en su descenso. Madera, papel, ceniza, tierra y lombrices formarán un brebaje germinal que se ofrendará al futuro.

Los más jóvenes formarán la primera fila en la necrópolis para que puedan ver bien los restos del cuerpo cuando sea sepultado. El Consejo determinó que en sus retinas debería quedar grabado el horror. Un horror que hacía lustros que no se veía y que su generación no debía haber sufrido, pero que ayudará a que el acto fatídico no se repita. Los mayores formarán al fondo y acompañarán los cantos fúnebres con gritos y lamentos. Todos vestirán de verde con sus ropas de algodón teñidas con té matza, irán descalzos pese al frío y en su cabeza portarán una corona de espigas verdes enredadas en sus pelos, que señalará su fallo como civilización. Mientras bajan el cuerpo a la fosa todos comerán la fruta del caído, integrando en su cuerpo el sufrimiento, en la lucha contra la desmemoria.

Y así acabará el funeral del último árbol destruido por el hombre.