The Tales

(From Space and Two-Times)

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Ahoj

Es difícil no sentirse atraído por el magnificente espectáculo que proporciona la caída de los últimos rayos de sol sobre el monte Ahoj. La paleta de azules del cobalto al capri que proporciona su reflexión contra los imponentes muros de silicatos que los fuertes vientos y el río Szia han pulido durante siglos y su contraste con un cielo agreste, plagado de nubes de fósforo y selenio, a menudo hacen dudar al espectador terrícola de si su visión se encuentra invertida. El sistema binario que calienta el planeta no lo hace con excesiva vehemencia, concediendo a las zonas rocosas de las copas altas, como el monte Ahoj, donde la atmósfera concentra mayores cantidades de nitrógeno, oxígeno e hidrógeno, la bendición de la existencia de la vida pluricelular aderezado por los metales en flotación. El interior del planeta resulta demasiado frío o demasiado caliente, dependiendo de la zona, para que nada fije allí su residencia.

Echaré de menos este planeta. Como zoólogo, jamás volveré a disfrutar de la oportunidad que se me ha brindado aquí: estudiar y catalogar toda la megafauna de un sistema. Si bien es cierto que la densidad de la vida en el planeta no es muy grande, y que lo más probable es que toda ella desaparezca durante el próximo siglo debido al progresivo enfriamiento del planeta, no existe actualmente ningún informe tan preciso y detallado como el que se ha realizado aquí sobre ella, ni tan siquiera en la Tierra, donde tras la Revolución Ambiental está siendo muy difícil localizar y catalogar las nuevas especies producidas por las mutaciones.

Hoy me despido de la inmensa complacencia que me han dado los años de trabajo aquí, y no quería hacerlo en un sitio distinto al Ahoj. Ahoj es uno de los montes más altos del hemisferio norte y el comienzo de un precioso valle, el valle del Szia. El Szia es un río espeso y profundo que nace a los pies del Ahoj y que durante milenios ha tenido la determinación de labrar paciente y tiernamente la superficie del planeta, igual que Arkesilaos mientras socavaba las arrugas de las telas que cubren la Venus Genetrix. La pieza central de la creación del Szia es precisamente la colina de la que emana, grabada con surcos de un tenue amarillo azufre, el color que arrastra el río hasta su desembocadura, un mar de ácido a 500 km al norte. Desde la estratosfera, Ahoj parece un yo-yo con una cuerda infinita que se pierde en el horizonte.

Ascendiendo por la ladera norte avanza lentamente una pareja de uno de los habitantes más grandes e interesantes que pueblan el planeta. Al catalogar la fauna local se siguió el patrón de creación de nombres que marca la OCU (Organización Catalogológica Universal), y que continúa con la tradición terrestre de utilizar el griego y las propiedades físicas del animal nombrado; con lo cual a este bello ejemplar le correspondió el correoso nombre de Pachýdermo lamperá, aunque, para abreviar, nos solemos referir a él como “plampe”.

Los plampes son animales que se pueden encontrar frecuentemente en la superficie. Su piel plagada de luciferina les hace fácilmente identificables por la noche (que es su periodo de actividad más intenso). Por el día duermen, y su tonalidad azul grisácea, sobre todo en las cercanías de Ahoj, les hace mimetizarse con las laderas del monte; al atardecer comienzan a brillar llenando el vacío que los rayos de los soles no llegan a alcanzar. Por la noche la observación de las manadas de plampes en los costados de Szia es un verdadero espectáculo, podría decir el más bello que he podido contemplar en este planeta. Los plampes no disponen de órganos sensoriales más allá de su piel. Su piel cumple dos funciones, por un lado es un órgano receptivo, un ojo gigante extremadamente preciso en cuanto a la captación de fotones en movimiento se refiere, y por otro es un emisor, ya que los plampes pueden modificar la intensidad de su bioluminiscencia a voluntad. Por ello la rivera del Szia de noche se convierte en una fiesta de pulsos de luces de colores. El lenguaje de los plampes es bastante trivial, lo que nos ha permitido comunicarnos con ellos en alguna ocasión (evento que ha constituido la intervención más cercana sobre la vida en este planeta), aunque se ha hecho únicamente para comprobar las teorías acerca de su lenguaje. El acercamiento a los individuos foráneos y la intervención sobre culturas indígenas están reglados por el Comité de Observación Interplanetario (COI), que describe con exactitud los límites establecidos, especificando que los científicos observadores no podemos comparecer frente a los individuos observados, pudiendo completar un protocolo de inicio comunicación y la obtención de una respuesta, pero jamás ofrecer datos de nuestra presencia. Así procedieron las razas que visitaron la Tierra antes de la Expansión Espacial del siglo XXII y así procedemos nosotros ahora.

Pese a la simpleza de su gramática, su limitado vocabulario y su casi inexistente retórica, el lenguaje creado por los plampes posee una peculiaridad única que lo hace tremendamente vistoso. Dos plampes alejados miles de kilómetros, o entre los cuales no haya recepción directa de los pulsos de luz, pueden llegar a comunicarse entre sí gracias a lo que se ha denominado pulsos postales. Toda la comunidad de plampes del planeta forma parte de un sistema postal de recepción y reemisión de pulsos. De tal forma que a un plampe le basta con emitir sus mensajes a sus vecinos para que éstos los retransmitan a otros y así hasta llegar a su destinatario. El sistema por desgracia aún no está muy pulido y no es muy eficiente. Dado el alto índice de retransmisiones postales que se producen en una comunidad, esta no puede mantener muchas conversaciones de forma simultánea, lo cual es una verdadera pena para el espectador dado el atractivo que provoca ver las coordinadas descargas luminosas por la superficie del planeta cada vez que dos plampes alejados se envían recuerdos. Este sistema de comunicación nos desvela también rasgos de personalidad de los plampes, como su concepción de la intimidad o los valores de pertenencia a la comunidad.

Apenas hemos podido ver qué hay en el interior de un plampe, sus órganos internos, si bien puedo afirmar que su piel de cerca parece un mármol Palisandro cubierto por un grueso cristal, una córnea infinita. Nuestros escáneres de ondas, que son menos invasivos que los lumínicos (que podrían presentar un problema para ellos por su intensidad) no eran capaces de atravesar su piel, y en contadas ocasiones hemos podido analizar un sujeto fallecido, ya que el extraño rito funerario de los plampes implica la digestión de los ancestros. Sabemos por tanto qué órganos contiene pero no cómo funcionan con absoluta certeza, esta será una de las tareas que debería acometer la próxima expedición, si es que se produce.

Intuyo que la pareja de plampes que se desplaza hacia la cima se propone realizar precisamente uno de sus ritos funerarios, porque raramente se alejan tanto de las manadas salvo para buscar alimento, y en la cima del Ahoj poco se puede comer si no te gusta el viento.

La diferencia de tamaño de los dos plampes es abrumadora. Los plampes crecen de forma constante hasta su muerte, con la excepción del ciclo reproductivo que se produce por fragmentación, y donde pierden parte de su masa (un 22% para ser exactos). Es muy fácil por tanto calcular la edad de un plampe adulto por su volumen, es como un árbol al que contarle los anillos. El plampe adulto ronda los 80 años, prácticamente el mismo tiempo que llevo estudiando el planeta, el pequeño alrededor de 90 meses.

El plampe antes de morir es como una supernova, brilla a su intensidad máxima antes de apagarse para siempre. Si el fallecimiento se produce de noche es un espectáculo grandioso. Dejo la nave con el piloto automático y me preparo para acercarme a la superficie en una cápsula y verlo con más detalle.

El trayecto final hasta cima le lleva a los plampes unas 3 horas. Hacer el recorrido completo desde la base del Ahoj requiere una buena planificación por su parte, puesto que, a la velocidad a la que se desplaza (un kilómetro por hora aproximadamente), el viaje le requiere unos 10 días.

Los plampes son como orugas gigantes, en un terreno arcilloso su rastro puede permanecer durante meses. Se desplazan utilizando los músculos que tienen en la parte inferior, que pueden rotar como si fueran fidget spinners. No tienen una parte delantera o trasera identificable, pueden comenzar el movimiento hacia cualquier lado, en ese sentido se parecen a un ferrocarril con dos locomotoras.

Los descensos a la superficie en las cápsulas de observación son un poco tediosos. Las cápsulas se propulsan y alimentan mediante motores magnéticos para evitar soltar partículas a la atmósfera y tienen un sistema de camuflaje muy sofisticado. El desplazamiento en ellas es muy lento y para acceder a cotas altas como la cima del Ahoj, el tiempo mínimo que se necesita es de al menos 30 minutos. En esos 30 minutos no puedo dejar de mirar a la pareja de plampes. El sol mayor del sistema ya se ha perdido por el horizonte y el sol pequeño está a punto de hacerlo. Los plampes brillan cada vez más en una oscuridad creciente; están conversando. Descargo el módulo de traducción hasta mi traje para saber lo que dicen. El lenguaje es tosco y directo, pero emotivo. Las últimas palabras del anciano son una despedida:

“Vuelve casa” / “Cuida progenitor” / “<Palabra desconocida> siempre”.

Hay palabras en el lenguaje de los plampes, sobretodo aquellas que describen conceptos abstractos, que el sistema no las traduce correctamente. Me ha sorprendido que haya reconocido bien el término “siempre”, pues con los adverbios temporales el sistema de traducción da muchos problemas. El ingeniero lingüista debe haber estado actualizando el software de traducción hace poco. Muchas conversaciones de plampes parecen sacadas de un catálogo de haikus, hablan con tercetos y a menudo no solicitan intervención, utilizan casi únicamente frases enunciativas y exhortativas.

El plampe joven se queda quieto, el mayor avanza unos metros hasta llegar a la cima. Ojalá que mi despedida de la vida tenga la misma solemnidad. El viento empieza a arreciar. El sol menor se ha ocultado por completo. El horizonte, por un lado, lo recorre una hebra de luz roja e intensa y por el otro es despedazado por los primeros rayos de una tormenta eléctrica producida por la formación de los primeros cristales de hielo en la atmósfera al desaparecer el sol.

Me acerco un poco más con la cápsula a la cima. El sistema de ocultación es efectivo hasta unos treinta metros. El plampe permanece quieto, inmóvil, durante unos diez minutos. Parece una variación del ritual funerario habitual. Comienza a llover.

Me siento como un mosquito observado por un polifemo. Acerco la cápsula a sesenta metros del plampe. Jamás he estado tan cerca de un ejemplar vivo en el planeta. Es un animal absolutamente majestuoso. Mide alrededor de cien metros de largo, diez de alto y otros tantos de ancho. La lluvia recorre su piel que ahora parece un espejo. Mirarle es como mirar en un pozo profundo en el que se reflejan las estrellas. Los recuerdos de las últimas décadas pasan por mi cabeza ahora como los rayos de la tormenta eléctrica.

Ese momento reflexivo y autocomplaciente se ve interrumpido por un repentino fulgor del plampe. Los pulsos lumínicos son tenues y son constantes. No es su resplandor final. Lo observo durante un momento y detecto un patrón en ellos. Está hablando. Está diciendo una y otra vez lo mismo. Jamás habíamos observado este comportamiento. Conecto de nuevo el sistema de traducción. Esta vez no habla con tercetos. Emite una única palabra:

“Ven”

No entiendo qué puede estar pasando. ¿Me habla a mí? No es posible. No puede verme. Tengo activado el sistema de ocultación. Estoy a más de cincuenta metros. Si puede verme… ¿es que nos ha visto desde siempre? ¿Es su piel tan precisa que puede captar nuestras cápsulas? ¿También ha visto nuestras naves? ¿Debo informar a comandancia o ponerme en contacto con el COI? ¿Cómo es posible que me pase esto mi último día de estancia? ¿Qué pretende el plampe llamando mi atención? Es un comportamiento que también sigue al atraer a sus presas ¿Por qué quiere comunicarse ahora conmigo? ¿Por qué no lo ha intentado antes? ¿Es esta su última voluntad?

La tormenta se acerca a la cima del Ahoj. En una hora la tendremos encima y para los plampes es muy peligroso. Mi cabeza no para de ser martilleada con preguntas. ¿Qué debo hacer? Puede ser que este sea un momento único para establecer comunicación. Seguramente no haya una próxima expedición y jamás podremos ponernos en contacto con vida inteligente en este planeta. ¿Tiene algo realmente importante que decirme? Mi nave de exploración está muy alejada de la estación de comandancia. No puedo arriesgarme a bajar a la superficie, no tengo el traje adecuado, pero podría acercarme más. Si no es importante nadie tiene por qué enterarse, puedo borrar los registros de navegación cuando vuelva a la nave.

Medito mi decisión durante unos minutos. No tengo demasiado tiempo si no quiero perjudicar al plampe, la tormenta está cerca. Mientras tanto él sigue emitiendo su conciso mensaje.

“Ven”

“Ven”

“Ven”

Él gana. Voy. Espero que merezca la pena el riesgo. Desactivo la ocultación. Programo un acercamiento a 10 metros. El desplazamiento lo hago muy suave. El plampe para de brillar. Me acerco y espero en silencio durante un par de minutos. Configuro los faros de la cápsula para emitir un mensaje.

“Hola”

Él responde con un pulso igual.

“Hola”

Espera callado otro par de minutos y comienza a emitir un resplandor distinto al habitual. No se ilumina por completo. En una transmisión normal es toda su piel la que brilla. Ahora puedo apreciar como si los nervios o las venas centelleasen. Inicio el sistema de grabación de la cápsula para registrarlo todo. Cada parte de su cuerpo se ilumina de un color distinto y puedo apreciar cómo pulsos de luces recorren ciertas zonas. Parece una fábrica en movimiento con sus cadenas de montaje. Para capturar mejor todo desde distintos ángulos despliego los drones de exploración de la cápsula.

El espectáculo dura una media hora. Es algo realmente precioso. Me ha costado despegar el ojo del plampe. Creo que he llegado a entender lo que me mostraba. Lo que coloreaba, por lo que he podido comprobar revisando su atlas morfológico, eran sus órganos internos y lo que trataba de describir a través de los pulsos que se asemejaban a nervios era la comunicación entre ellos. Sabíamos que los plampes tenían esa capacidad de pintar con luz sobre su piel, pero lo hacían en muy determinadas ocasiones, solo en presencia de sus círculos comunitarios más cerrados y durante ritos folclóricos anuales, como el día previo a las migraciones en algunas regiones del planeta. Esta exposición de su intimidad hacia un ser de fuera de su comunidad es un hecho sin precedentes.

El plampe se ha expuesto sin pedir nada a cambio. Los datos que he recogido son extremadamente valiosos y requerirán mucho tiempo de análisis. Deja de llover. Los vientos han cambiado y la tormenta parece alejarse hacia el este.

Me quedo observando al plampe un rato más. Permanece apagado, supongo que está exhausto. El ejemplar joven comienza a acercarse hasta situarse detrás del mayor. Cuando el pequeño ha finalizado de moverse, el otro comienza otra vez a emitir pulsos de luz. Conecto de nuevo el traductor:

“Feliz encuentro” / “Última transmisión” / “Buen viaje”

Todo se vuelve borroso, las lágrimas llenan mis ojos y las imágenes se convierten en puntos de colores. Le contesto también con un crudo treceto:

“Gracias” / “Amigos siempre” / “Adiós“

Comienza el rito funerario y la noche se llena de luz. Todos los plampes del valle despiden a su camarada al unísono.